Siempre existen formas de relacionarse con otras culturas, si se busca bien la información.
Cuando termino de escribir esto ha pasado una semana del concierto que describiré seguidamente y, hoy, es domingo, pero el viernes tuve la suerte de poder asistir a un seminario con personas de la República Democrática del Congo y Guinea Ecuatorial, a escuchar la visión del gran profesor Luis Beltrán en la Fundación Sur de Argüelles; y ayer, sábado, ¡cómo no!, de vuelta a la Tabacalera junto a interesantes personas de Costa de Marfil y con un agradable popurrí de música africana.
Ahora resaltaré la fiesta de la semana anterior en las que había rastas por todos lados. Solamente por saber distinguir la elaborada de la natural unido a la música, ya se entiende que es una fiesta cultural. En efecto, aquí se concentra la gente de España e inmigrantes de América, Asia, África y, aunque parezca extraño, Oceanía también (una chica australiana me acompaña). Nos concentramos para disfrutar de la fiesta africana que ha organizado el Grupo Saraba en el Centro Social Autogestionado en la Antigua Fábrica de Tabacos de Lavapiés. Es domingo, siete de noviembre, y resulta extraño que haya tanta gente en este lugar. Después de estar un rato allí puedes descubrir que no es que haya fiesta los fines de semana, existen actos todos los días, sean africanos o no.
En esta celebración, que es la que nos concierne, existe un programa extenso en el que constan diferentes actividades como la degustación de comida y bebida típica senegalesa (Bouye, Baobab, Bisp, Café Touba y Té), un taller de percusión y otro de danza en que la música se crea en directo, demostración de lucha, de Tama y Tambores Parlantes y, al final, un concierto con la participación, por una parte, del Grupo Folclórico Ngueweul y, por otra, del Grupo Diengos. Toda esta programación se encuentra en carteles colgados en las paredes de los pilares del recinto, con sus respectivos horarios. Sobre esto último cabría la posibilidad de matizar un aspecto: acabo de mantener una conversación con Madior Dieng, presidente del Grupo Saraba, después de mirar la programación y comprobar que no concuerda; Madior, por tanto, me pone al corriente de la actividad por la que vamos, lo cual me resulta bastante gracioso y recuerdo a Ryszard Kapuscinski y su explicación acerca de los horarios en África, que cada vez entendemos más si nos relacionamos con esta cultura.
Madior se aleja informándome de que Demba y Badoú Ndiaye, dos hermanos, familiares suyos y percusionistas, van a empezar a tocar. Los dos músicos no se encuentran en el escenario, sino en la parte baja que se reconoce como zona de baile y comienzan a agitar sus ávidas manos contra los instrumentos de percusión, mientras que, en su mayoría caucásicos y negroides, mantenemos conversaciones, algunas dificultosas por el idioma; bailamos de la manera más antigua para los africanos y para nosotros, novedosa: improvisando y liberando la energía; y si no apetece bailar, se puede beber el té senegalés o cerveza española, lo que se prefiera.Después de unos minutos escuchando la improvisada percusión, entre el gentío acumulado de manera circular delante de nosotros, nos damos cuenta de que alguien está bailando. Un muchacho senegalés, llamado también Demba, está bailando y detrás de él se han ido acumulando personas, en su mayoría españolas, aprendices del baile africano, y niños, hijos de los percusionistas o familiares de éstos, que han escapado de las manos de sus madres para unirse a la fiesta corporal.
Durante estos momentos en que algunos descubridores de la fiesta llevan a cabo un maratón de fotografía, los demás entendemos que poco a poco todos nos hacemos “de la familia”, esto es, muchos de los africanos protagonistas de esta celebración son familiares entre ellos, y te saludarán cuando ya te vean más de una vez, como si fueras de la familia y es cuando haces fotografías en periodos diferentes y menos frecuentes y, al final, acabas saliendo más a bailar…
Mientras recapacito acerca de esto, Madior se une a Demba y Badoú con otro instrumento creando más música y mayor acopio de gente, que observa o baila. En esas improvisaciones se escucha un ritmo, pero llega un punto en que todo, tanto la percusión como la danza, parecen enloquecer; podría decirse que se llega a un momento de éxtasis u excitación absoluta si se prefiere, como si inflásemos un globo, hinchándose cada vez más, hasta explotar: ese momento de tensión creado con la concentración total de música, roto con un golpe seco y el silencio. Luego retornado al bullicio por los efusivos aplausos.
Tras esto, descansaremos y después habrá otro concierto. El fin de semana siguiente, otro más, de esta cultura, otra, las dos o más; y así, a menudo en el tiempo. Esa es la razón por la que empezaba diciendo que las culturas están muy cerca de nosotros, porque sus personas están a nuestro lado.
Flavia Garrigós Cabañero
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