Andrea Lobo Araujo
“La
Chureca”, una realidad a la que, como es habitual en eses casos, nunca se mira.
Cuando tuve noticias de “La Chureca”, me quede francamente impactada por la
vida que cientos de personas soportan sin queja alguna, resignándose a seguir
“adelante”. Entrecomillo ese delante de forma obvia, no se avanza si tu única
función en la vida en trabajar en pésimas condiciones para mal vivir.
Cerca
de 1500 personas acuden cada día al basurero “La Chureca” de Managua,
Nicaragua, cerca del barrio de Acahualinca, en la ribera del gran lago
Nicaragua. Sobreviven con el poco dinero que obtienen de la recogida y venta de
los desechos que allí se amontonan.
El
53% tiene menos de dieciocho años. Recogen plástico, vidrio, papel, aluminio y
otros metales. En los días “buenos” se puede recoger un quintal de plástico,
otro tanto de vidrio y diez libras de aluminio. Familias enteras trabajan todo
el día, desde las seis de la mañana en este infierno, refugiándose del sol o de
la lluvia bajo una caja de cartón o a la sombra del carro “de familia”, los que
tiene suerte de contar con él. Los niños, incluso desde los cuatro años,
inician su “carrera laboral”, ayudando a vigilar el material recogido,
seleccionando o volviendo a limpiar.
Al
principio recogen los materiales más fáciles, el papel y el plástico; a veces
encuentran un juguete entre los desperdicios. A los catorce Años saben hacer
todo lo que debe saber un trabajador del basurero. El 92% del pueblo del
basurero vive en casas en ruinas y comparten habitación con otras seis
personas, sin agua potable, sin acceso a los servicios de salud ni a la
educación. El 62% no dispone de servicios higiénicos y el 25% de los mayores de
quince años son analfabetos.
A
los pies de “La Chureca” ha nacido una pequeña población de chabolas de chapa y
de madera en la que viven, además de las familias, prostitutas y “huelepegas”,
consumidores de cola y otras drogas.
En
“La Chureca”, con una extensión de 42 hectáreas, decenas de camiones descargan
cada día 900 toneladas de desechos. Les esperan los recogedores que rápidamente
atacan el montón cuando aún apenas se ha descargado, usando palos u otros
objetos. Los camiones levantan nubes de polvo cegador. Periódicamente llegan
aviones que esparcen combustible y después le prenden fuego; otro humo muy
tóxico que ataca al pueblo del basurero. En verano la temperatura supera los 40
grados. En invierno, bajo las lluvias torrenciales, el basurero es una charca y
la gente se hunde en el barro. Son varios los riesgos: desde los accidentes
provocados por los conductores de los camiones, a las heridas provocadas por
objetos cortantes. Las enfermedades se agravan por la falta de higiene: tos,
malaria, dengue hemorrágico, piojos, infecciones de la piel, envenenamiento de
la sangre por mercurio, etc.
Hace
seis mil años hombres y animales dejaron sus huellas en las riberas del Lago.
Seis mil años después hombres, mujeres y niños recorren los caminos entre los
desechos del infierno de Acahualinca.