domingo, 30 de enero de 2011

Pisando charcos (II): Mundos sin futuro

Mundos sin futuro

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Estuve por última vez en El Cairo en el mes de junio. Volví allí, pasados apenas un par de meses, por la impresión que me causaron los estudiantes de su universidad. Todavía recuerdo con agrado conversaciones, con una bandeja de comida delante, sobre las relaciones entre la poesía de Wallace Stevens y la obra de Octavio Paz o sobre la utilidad de realizar una tesina sobre la obra de Ricardo López Aranda. No son temas frecuentes en las conversaciones y yo los encontré con los estudiantes de El Cairo. Los que va a hacer simple turismo no se preocupan demasiado porque los jóvenes que le esperan en el aeropuerto para llevarlos hasta su hotel hayan estudiado el Mío Cid y la Celestina.

Lo que estamos viendo en los países árabes es el resultado de una política sin futuro que está destruyendo a la juventud de muchos países. Pero no es exclusivo de ellos. Hay países que tienen visión de futuro y otros que no. Los que no la tienen acostumbran a ver a sus jóvenes como mano de obra barata y como consumidores. Esta visión afecta a políticos y al mundo de la empresa y está destruyendo el fondo de las relaciones sociales tiñéndola con desesperanza e indiferencia. La revolución del mundo árabe es la de los jóvenes a los que se fuerza a malvivir en sus países o a emigrar a otros donde son tratados, en muchos casos, como delincuentes potenciales. Atrapados entre estas dos opciones, la respuesta no puede ser otra más que la rebeldía, la rabia que estalla finalmente.

Me decía una amiga periodista egipcia al comienzo: “el peligro de todo esto es que se junten los jóvenes internautas con los chabolistas”. No le faltaba razón; la desesperación camina entre los dos extremos. La conjunción de los que no tienen nada que perder y los que no tienen nada que ganar es siempre explosiva y en el caso de Egipto y de otros países árabes es la triste realidad.

Occidente tiene mucho que aprender y mucho que aportar en esta situación. Tiene que aprender que crear generaciones sin futuro es muy peligroso y tiene que aportar al mundo árabe algo que este urgentemente necesita: esperanza y mano tendida. El gran problema del mundo árabe es la pérdida de la autoestima, el sentirse completamente abandonado por los que les gobiernan y despreciado y criminalizado por los que están fuera. El camino que emprenden ahora necesitará de mucha ayuda y comprensión, sobre todo. La necesidad urgente hoy es edificar un moderno islam que puede llevarles hacia el futuro, su propio futuro. De no entender esto, se corre el riesgo de que las fuerzas no vayan hacia el futuro, sino hacia el pasado, sacarlos fuera del tiempo. Los cientos de miles de árabes que hoy han vencido el miedo, que han quebrado el muro de los discursos recibidos durante décadas piden libertad y un mundo más justo, piden libertad y el derecho a poder trabajar dignamente; reclaman el derecho a tener gobiernos que se preocupen de sus pueblos y no de sus propios fines. No piden mucho más…, por ahora. Occidente necesita menos geoestrategia y más sentido común para entender estas situaciones, menos cálculo y más generosidad.

En la rebelión, como señalaba alguien que conocía muy bien el mundo árabe, Albert Camus, está la dignidad. El “viernes de cólera” vivido no es más que el resultado de muchos otros viernes sin cólera, viernes de resignación y de confiar en la providencia. Por eso se equivocan los que pretenden que la situación se pudra. No es un desahogo. Quizá no haga falta demasiada reflexión para entenderlo. Albert Camus escribió en la que sería su novela póstuma: “… a fin de cuentas el único misterio es el de la pobreza, que hace que las gentes no tengan nombre ni pasado”* (279). Sin nombre, sin pasado… y sin futuro, solo quedan las calles y la cólera.

*Camus, Albert (1994): El primer hombre. Tusquets, Barcelona.



Pisando charcos (I) Joaquín Mª Aguirre

Otra vez lo imposible

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

En su última obra, Milagros y traumas de la comunicación*, el filósofo italiano Mario Perniola apunta la siguiente observación: “Desde la Segunda Guerra Mundial ocurrieron en Occidente cuatro hechos imprevisibles, que tomaron desprevenido hasta al público mejor informado: el Mayo francés de 1968, la revolución iraní de 1979, la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, y el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, en septiembre de 2001. Frente a estos hechos, la inmensa mayoría de las personas hizo propia una frase del escritor francés Georges Bataille: “Impossible et pourtant là” (“Imposible, y sin embargo aquí!”) (13).

De haberse publicado hoy, Perniola habría tenido que añadir, dentro de esta serie de acontecimientos imprevistos cada diez años, la revolución que se está viviendo en el mundo árabe. El levantamiento de Túnez y, en estos momentos, de Egipto, a los que hay que añadir los movimientos en Jordania, Yemen, etc. pueden incluirse con pleno derecho en los señalados por Perniola. Un matiz importante: los acontecimientos ya no ocurren en Occidente. Los acontecimientos ya no son nacionales u occidentales. Los auténticos acontecimientos, los que transcienden la anécdota histórica, son ya, desde hace tiempo, globales. No debe entenderse la globalización como simple internacionalización, sino como aumento de la complejidad. El grado de imprevisibilidad está predeterminado por el grado de complejidad. En un mundo complejo, los acontecimientos ocurren. Y aunque haya voces que los adviertan, como ocurrió con el bombardeo de Pearl Harbour o con los ataques terroristas del 11-S, nos parecen tan insólitos que se vuelven invisibles… ¡hasta que ocurren!

La necesidad de simplificar lo complejo para explicarlo hace que se pierdan los matices esenciales. Puede parecer una paradoja hablar de matices esenciales, pero las cosas ocurren por las acumulaciones de lo pequeño o, si se prefiere, por el desbordamiento de lo cotidiano. Lo cotidiano es lo que está ante nuestros ojos, lo que parece irrelevante, pero que está ahí, denso e invisible, como la materia oscura del universo, condicionando con su atracción todo lo que ocurre. La perspectiva de los propios medios y analistas de centrarse en la noticia hace olvidar lo que constituye el fondo de la realidad: la normalidad. Las grandes emergencias de lo imprevisto no son más que ese desbordamiento de la normalidad, de lo que está ocurriendo ante nuestros ojos ciegos por saturación.

Hemos perdido, en gran medida, la capacidad de ver lo que tenemos delante o de prever sus consecuencias. Siempre hay señales que nos advierten, pero no siempre somos capaces de percibir su importancia. La mirada está condicionada por las expectativas de las cosas. Vemos lo que creemos posible. Lo imposible —una revuelta estudiantil, una revolución, la caída de un muro, un atentando suicida…—, sin embargo, ocurre. En un mundo tan complejo como el que estamos haciendo, es importante educar la mirada, aprender a ver rompiendo las cegueras que nosotros mismos nos creamos. De otra forma, la realidad siempre nos sorprenderá, nos pillará, como antes se decía, con el pie cambiado. Y nos costará recuperar el paso.


* Perniola, Mario (2010): Milagros y traumas de la comunicación. Amorrortu, Buenos Aires/Madrid.


sábado, 29 de enero de 2011

Negroide, por Flavia Garrigós Cabañero

Negroide

La última película que se ha visto en el Cineforum de la Facultad de Ciencias de la Información es Arde Mississippi, que refleja claramente la situación de la segregación racial en Estados Unidos en los años sesenta, cuando la mayoría de los estados ya caminaban hacia una concepción más evolucionada acerca de la integración total del negroide en la sociedad americana.

Puesto que la mayoría de las ocasiones caemos en una imagen prototípica y olvidamos que la situación ha cambiado, no nos damos cuenta de la diversidad de imágenes que se le inculcan al negroide dependiendo de la parte del mundo en que se hable de él, de dónde se encuentre la comunidad negroide de la que se opina y la situación real en la que se encuentra. Por tanto, se va a comparar las diferentes tipos de imágenes creadas y fomentadas, con la ayuda de los medios según determinados, países y continentes. En realidad, es difícil encontrar un análisis que determine la situación actual de esa imagen. Estos temas los abordan prestigiosos profesores como Luis Beltrán, cuyas ideas en parte serán expuestas a posteriori.


Así pues, se observa que la imagen en España puede referirse al afroamericano con el que se recuerdan tres aspectos, que solamente corresponden con la parte norte: la segregación racial, personajes como Martin Luther King o Malcom X, como mucho, en la lucha por la igualdad, y las “bandas de negros” actuales, imagen ofrecida en el cine estadounidense estereotipado; también puede referirse a la imagen del africano que se encuentra en su país de origen, al que no se tiene en cuenta y es incrustado en esa concepción masiva de africanos “subsaharianos” envueltos en pobreza que supuestamente lo único que conocen es pedir ayuda al país “desarrollado”; por último, la imagen del inmigrante africano o al centro/sudamericano de color, con los que existe bastante diferencia: España sólo tuvo Guinea Ecuatorial y una pequeña parte del Sahara en el período colonial respecto a África, de lo que se deshizo pronto pues consideraba más beneficiosa Sudamérica. Es ésta la razón por la que hoy los medios de comunicación españoles no consideran necesario ni para el ciudadano español y para el inmigrante ofrecer una información real y constante sobre la situación de Senegal, Nigeria o Costa de Marfil, por ejemplo, siendo estos los países que más cantidad de inmigrantes llegan a España desde África en el momento. Por cierto, que si se ofrece la información se encontrará bastante trastocada, otro tema bastante extenso. La prensa corriente, por comentar uno de los casos habituales, en la mayoría de las ocasiones diferencia y reconoce los cinco países del norte de África (Marruecos, Túnez, Argelia, Libia y Egipto), pero los cuarenta y nueve países existentes traspasando el Sahara (tal vez, sean pronto cincuenta por la bifurcación de Sudán) son nombrados como los “países subsaharianos”, y, en verdad, suponen mayor número y son más extensos que Europa entera, entre otras obviedades. Asimismo, el inmigrante en España tendrá que encontrar la información en páginas extranjeras o de su país dependiendo del que sea, pues no siempre es posible; el ciudadano español o residente en España si lo desea no tiene información medianamente visible o en castellano acerca de África en general, a no ser que la busque. Esta búsqueda es moderadamente posible ya que a España ha llegado un gran número de inmigrantes africanos y la población con interés en el desarrollo ha visto en este caso una oportunidad para fomentar el movimiento, por lo que se puede encontrar una pequeña cantidad de información para todos.

En cambio, en países como Francia o Inglaterra, sí se ofrece en los medios de comunicación información acerca de los países africanos para que se entere el francés o inglés y el inmigrante. En efecto, es un claro reflejo de la colonización de estos países y de que aún existen “influencias”, pero la información sigue siendo más fácil de encontrar.

Sin embargo, en lo que concierne a la imagen del afro de Estados Unidos nos encontramos todos los europeos casi en el mismo punto. Existen dos perspectivas que hace falta esclarecer acerca de América: la parte norte (el afro) como se acaba de comentar, y la parte centro-sur, la que siempre se olvida. Comencemos con la parte norte: la imagen del negroide de Estados Unidos. A priori se ha comentado la imagen en que está envuelta esta comunidad, pero la realidad es distinta. La situación está tomando otros caminos, puesto que la igualdad más o menos existe, pero, como en otras situaciones, quedan grupos radicales que se están introduciendo en la concepción contrapuesta de la que trataba la película que se comentó en el primer párrafo de este escrito, esto es: la segregación racial a la inversa. Esto no quiere decir que todo el negroide americano con el que nos encontremos quiera matarnos por ser caucásicos; se ha dicho: ciertos grupos, igual que ciertos grupos de caucásicos siguen odiando a los negroides y otros, blancos y negros, fomentan la igualdad. Se ha hecho hincapié en esto, ya que en este siglo somos propensos a extremar los datos.



La reflexión y comparación que nos ofrece el caso es muy curiosa: claramente los negroides lo pasaron extremadamente mal durante la segregación racial, pero esos grupos que ahora fomentan la misma situación a la inversa, lo que realmente ocasionan es la negativa a cavilar acerca de los errores de antaño, fallo que ha cometido toda la parte norte. En cambio, los países africanos se han visto maltratados desde antes de que comenzaran las exploraciones hacia el interior en la costa oeste hasta nuestros días, y continúan; de hecho, se podría decir que los pobres no son ellos sino los países del norte puesto que la mayor parte de las materias primas se sacan de su territorio; pero, lo realmente importante, es que en la relación interpersonal entre europeos y africanos no suele verse, en éstos últimos, ese rencor tan radical. La reflexión se resume en la siguiente pregunta: ¿ha perdido o tuvo alguna vez el ciudadano del norte esa facultad de perdón?

Respecto a la imagen del centro/sudamericano de color no se suele decir nada. Esto no solamente ocurre en España, tampoco dice nada Europa, Estados Unidos o hasta los propios países, puesto que internacionalmente tampoco se tienen en cuenta, excepto en determinados casos, aunque sí más que África. Pero esos casos determinados, da la casualidad, que son de mayoría blanca y se tienen en cuenta por su evolución económica. Este no es momento para entrar en un debate moral acerca de economía, volvamos a la imagen. Ésta es deprimente: centro y sur de América no significan nada y menos aún si se es una persona de color. Esto es un claro problema, puesto que, como un pequeño ejemplo entre muchos otros, cuando en los colegios españoles se explica la conquista de América, se habla de Colón y de España y de los africanos que fueron trasladados desde la costa hasta el otro continente de maneras masivas e inhumanas para trabajar como esclavos en provecho del colonizador europeo; lo que falta nombrar en toda esa información es la situación que ha vivido y está viviendo el afroamericano del centro o del sur, puesto que no se puede hablar de la historia de Cuba, por nombrar alguno de estos países, sin la influencia de los inmigrantes exiliados de Sudán, que constituyen en nuestros días la parte intelectual de éste último país, por lo que la influencia también es al revés.

Muchos hechos más se podrían nombrar.

En conclusión, Arde Mississippi suponía únicamente el pretexto para explayarnos en este tema, pero asimismo ofrece uno de los ejemplos de la imagen que hemos comentado, la cual hay que recordar, sin olvidar la situación actual: las transformaciones por las que estamos pasando y de las que parecemos no darnos cuenta, ya que no vemos la gran necesidad de un cambio en nuestra mente.



Una realidad estereotipada, por Naiara Fernández

“Una realidad estereotipada”
Como introducción a este pequeño artículo, me gustaría citar una frase de una de las canciones del cantautor español Ivan Ferreiro: “Me contaron una vez que hoy el lujo en Nueva York ya no es lo que era ayer, hoy cualquiera podría tener alguna marca que distinga donde está, por eso ya nunca sabemos quién es quién cuando es discreto”.
Esta frase me parece que resume de una forma artística la situación que se vive en el momento actual. Hemos convertido a las marcas y al aspecto físico de las personas en una forma de caracterización, es decir, entramos en la simplificación de pensar que si vistes de una forma o si tienes ciertos rasgos, es porque eres de tal manera concreta. Por tanto, entramos en el mundo de los estereotipos, estos se están consolidando cada vez más y además a nivel global, pues “ahora todo el mundo sabe lo que ocurre en cualquier lugar”.


Los estereotipos y prejuicios tienen un poder que puede ser positivo y negativo. Aunque hoy, en el mundo globalizado, llevan mas bien a un poder problemático. La razón, es que juzgamos a la gente a través de clichés y por tanto pensamos que un chino sólo come arroz, que los argentinos no son fieles o que los franceses son muy rancios, y así una larga lista. Aunque estos estereotipos en concreto no son los que más problemas causan, pues no son peligrosos, incluso pueden llegar a resultar graciosos. El problema es cuando estos estereotipos pueden hacer daño a las personas y tacharlas desde un principio de algo que puede que sean o que puede que no. Aquí me gustaría comentar algún ejemplo que deje claro a lo que me refiero, uno de ellos es el caso del mundo árabe. En España en muchas ocasiones se les considera inferiores y, sin intentar conocer a las personas individualmente, se les atribuyen profesiones que no conllevan grandes estudios, o se les tacha de “babosos”, a los varones o de supeditadas a los hombres a las mujeres. Otro ejemplo puede ser el caso de los chinos, muy de moda en la actualidad, a estos sólo se les atribuyen profesiones como vendedores en tiendas de alimentación chinas, o se habla de ellos con el término de “invasores”.
Los estereotipos son normales, pues es fácil caracterizar a la totalidad de personas de un grupo en uno solo, de hecho es una forma de organizar a la población para realizar ciertos estudios, por ejemplo. Pero es necesario resaltar, que cuando estos estereotipos se saltan el respeto de las personas y pueden llegar a herir sentimientos humanos, entran en una nueva categorización que, en mi opinión, se debería empezar a gestionar.